Yo me encontré el olivo y el acanto que sin saber plantaste, hallé dormidas las piedras de tu frente desprendidas, y el de tu búho fiel, solemne canto. El rebaño inmortal, paciendo al canto de tus albas y siestas transcurridas, las cuadrigas frenéticas, partidas de tus horas amargas con quebranto. La roja musa airada y violenta, la serena deidad épica y pura que donde tú soñabas hoy se asienta. De estas piezas compongo tu escultura. Nuestra amistad mis mismos años cuenta: de ti hablaban mi cielo y mi llanura.