En otra madrugada, por vientos de ceniza, obedecí al latido de la alondra. El cielo no era cielo todavía. La zona del hornero, el tiempo de la encina se inquietaban en lento aprendizaje y el cielo no era cielo todavía. Hubo un encantamiento de flor y hierba fina, un cauteloso antaño de rocío, y el cielo no era cielo todavía. Septiembre constelado de dos campanas frías rodaba por lugares de silencio y el cielo no era cielo todavía. En clima de obediencia mi pulso recorría todo un advenimiento de corolas y el cielo no era cielo todavía. No regresó conmigo la alondra persuasiva porque me desterró de su latido cuando el cielo fue luz de mediodía.